jueves, 2 de abril de 2009

CENIZAS ROSAS

Aquí. Respirando aquel aire tan peculiar a hierba mojada, después de diez años de ausencia, regresando a mi pasado, con esas dos personas que me impidieron realizar aquello que ya estaba marcado en las líneas de mi mano. Conocí casi todo el mundo, buscando lo que sabía que no encontraría en ningún lugar, solo aquí.

            Al bajar del avión, me dispuse a comprar una tarjeta telefónica para llamar a mis padres.

Una camioneta blanca y grande se estacionó justo al centro de la parada, sentí una inmensa felicidad, cuando miré que la que bajaba era mi tía, las sonrisas se hicieron involuntarias; platicamos un poco, hasta subir las maletas; pero dentro del carro se filtró el silencio, que ayudó a aquella duda que divagaba por mi mente:
-¿qué he venido a hacer?-
De camino a casa, llegaron una serie de recuerdos y pensamientos de aquellos tiempos; me acordé de Joaquín, y curiosamente pasábamos por el mismo camino donde nuestras vidas cambiaron, en aquella cabaña; ahí vaporizábamos las ventanas con nuestro calor, cuantos secretos ocultos guardan aquellas paredes, tantas promesas que quedaron sólo en el aire, contando los besos y los te amos con el número de estrellas que adornaban el manto oscuro que nos abrigaba en las frías noches de diciembre, condones girando en el excusado que se llevaron la oportunidad de saber lo que tú y yo éramos capaces de hacer. Pensando en todo esto me pregunté qué habrá sido de ti.

El carro se detuvo, al bajar, mis botas se mojaron en un charco de agua, cubrí mi cuerpo con mis brazos apretando el saco que llevaba puesto, miré a todas partes, la casa, los jardines, todo seguía igual, un lugar deslumbrante, sin embargo, tenía el vago presentimiento de que me iba a encontrar con cosas muy distintas al entrar; entonces mi madre salió.
-Alicia, bienvenida - corrió a abrazarme, dándome miles de muestras afectivas, aunque contesté con el mismo entusiasmo, no podía evitar sentir la hipocresía y la timidez de sus palabras, en sus ojos se le notaba la vergüenza.

Al entrar, lo primero de lo que me percaté fue del olor a vainilla que parecía impregnar toda la casa, constante durante mi niñez; pregunté a mamá que dónde estaba "El señor", ella sólo se quedó callada, volteó a ver a mi tía, las dos con una expresión seria en el rostro, me dijo que subiera mis cosas y después bajara a comer, ahí explicaría todo.
Aunque la respuesta fue desconcertante, subí emocionada, lo primero que hice fue aventarme a mi cama, sonriendo mirando hacia el techo, me paré otra vez y abrí las enormes cortinas que cubrían las ventanas, dando paso al balcón y a la espectacular vista al mar, el lugar más maravilloso de la casa, cerré los ojos para escuchar las olas, los ruidos de las gaviotas, recordé cuando imaginaba en el día en que podría salir de mi jaula llamada hogar, sentí tanto coraje hacia mi misma en ese momento, ¿cómo pude dejar que me quitaran la oportunidad de ser feliz?, en eso mi tía gritó mi nombre para que bajara.



Mientras estábamos en la mesa comiendo, mi tía abrió la conversación, preguntándome miles de cosas de mis vivencias, fue un largo rato de charla entre las tres, hasta que volvió a mí la duda de saber por qué el asiento que ocupaba mi padre estaba vacío.
-Hija, tu padre me abandonó por otra mujer dos años después de que te fuiste- dijo mi madre con una tristeza sumamente visible en sus ojos, no me esperaba eso.
-¿cómo es posible que después de tanto tiempo nunca me dijeron lo que pasaba realmente, todo se destruyó, y a mi me tuvieron alejada de la realidad?- mi mamá comenzó expresar malestar y decidió subir a su recamara disculpándose de no poder convivir un poco más el día de mi llegada, me levanté de la mesa, miré a mi tía y salí de la casa.
Decidí ir a caminar hacia la playa mientras pensaba en todo lo que había pasado, me mandaron lejos a los diecisiete años, y sólo dos años después mis padres ya habían hecho sus vidas por separado y a mis espaldas, y me lo ocultaron por diez largos años, me sentía tan miserable, mientras ellos se impresionaban de mis acciones, que mentira más sucia. El camino era largo aún podía observar la ventana abierta de mi cuarto, miré al cielo, me sentía un poco más tranquila viendo aquel panorama, que me hizo recordar el motivo de mi ausencia durante diez años.
Todo había comenzado una noche de insomnio, preocupada por… pleitos de mis padres (desde ahí comenzó la farsa, ahora me doy cuenta) y a punto de quedarme dormida, me quitó el sueño de golpe un ruido fuerte y estruendoso, el alhajero sobre el tocador había caído al suelo, yo sabía que lo había acomodado perfectamente, imposible de caerse por si sólo, me paré a ver más de cerca, de pronto, sentí una mano brusca que tapo mi boca, mientras yo, tratando inútilmente de gritar, comencé a patalear, entonces escuché una voz.
-Shh cállate niña…- extrañamente logró calmarme, di la vuelta y el ladrón era un muchacho, aparentemente de mi edad, diecisiete años, por la luz de luna que iluminaba profundamente, pude notar su apariencia, pero quedé clavaba en esos ojos intensos y azules, fue un instante muy atractivo cuando me miró, en sus manos cargaba el collar que estuvo a punto de robar. Se lo arrebate, y pregunté que quién diablos era y que hacia aquí, él solo me dijo que tenía que ganarse la vida de alguna manera, que talvez yo no entendía de eso, que de seguro era una niña que con solo tronar los dedos podía tener el mundo a mis pies, recuerdo su voz, que de no haber sido un desconocido, en ese momento le hubiera confesado cuanto me había fascinado, no hubo necesidad de esconderlo, ya que él también mostró interés hacia mi, yo lo noté, dijo que volvería, y así fue, después de una semana.
Poco a poco, me acostumbré a verlo todas las noches en mi ventana, platicábamos de lo que nos pasaba al día, nos llegamos a conocer a la perfección, que sin más palabrería nos enamoramos; de vez en cuando me escapaba por la ventana con él.
Un día decidimos entregarnos, en aquella cabaña, fue tanta la pasión de aquel momento que no notamos la hora, todo mi mundo cayó como edificio en llamas aquel día, mis padres nos encontraron acostados en la cama, me habían estado espiando semanas atrás. Me alejaron para siempre de él.
No podría describir todo lo que llegue a sentir por él, solo sé que desde el primer momento supe que sería el amor de mi vida, a pesar de que ahora ya tenía veintisiete  años. Respiré otra vez, mientras cruzaba por debajo del puente pensando en que ya nada de mi existencia valía.
-¿Qué me falta Dios, dime, por qué me mantienes con vida sufriendo de esta manera?, qué derecho tenían mis padres.

Los senderos del camino se cubrían con un negro azabache, mientras el silencio ayudaba en la penumbra, comencé a sentir un miedo extraño pero no huí, había un hombre maloliente, no transmitía peligro alguno, solo me miró y sonrió, pero seguía nerviosa. Sentí una algo correr tras de mi, volteé, el viejo ya no estaba, risas a mi alrededor sin cuerpo alguno, corrí lo más rápido que pude fuera de la oscuridad del puente, solo sentí un golpe en la cabeza…
El escaso sol de la mañana que atravesaba las ventanas logró despertarme, el olor a madera fresca, tenía los ojos vendados, traté de moverme pero mis manos estaban atadas al igual que mis pies, grité, pero nadie respondió, parecía que estaba sola, escuchaba el cantar de los pájaros, algo que no se apreciaba a menos que estuviera fuera de la ciudad; de repente escuché a alguien entrar, el ruido que hacia al caminar era inquietante, sentí su mano helada sobre mi rostro que con un movimiento brusco logré alejar, el solo rió, y volví a escuchar la puerta cerrarse. Paso el tiempo, al esperar me quedé dormida otra vez, fue el primer y el último contacto de aquel día.
Se sentía la noche, lo único que iluminaba al parecer eran unas cuantas velas.
-Te ves algo triste más que preocupada, lamento hacer más miserable tu vida-, su voz era grave y suave, realmente me sentía así…
-Tu ¿qué puedes saber de mi vida?, no tienes idea-
-Talvez de tu vida no sepa mucho, pero, sé de la vida- sonaba relajado, aun así, tenía miedo, pero a pesar de eso no me importaba mucho lo que me fuera a pasar, qué tenía que perder, solo mi vida.
Comencé a charlar con él, pues no quería sentirme sóla, además quería conocer un poco más acerca de tan peculiar secuestrador, supe que no era el viejo del puente, aún así fue muy misterioso, ni siquiera podía verle el rostro.
Pasaron los días, y seguía sin ver claramente algún rayo de luz de día, cada noche me esperaba una cita a ciegas con aquel tipo extrañamente agradable, hablábamos un poco de nuestras vidas, pero nunca tocábamos el tema acerca de nuestros futuros, o de lo que él planeaba hacer conmigo, de vez en cuando salía de la habitación a contestar su celular, hablaba con un tal Manuel.
-Pues yo no sé como le vas a hacer para conseguir el dinero imbécil-
-Ya ha pasado mucho, todo el mundo nos busca, tienes que apresurarte no tenemos tiempo-
-Está bien te veo luego, trata de llamar otra vez a sus parientes-
Era de noche y se escuchan los lobos aullar, el tipo volvió a entrar a la habitación, me dio un plato con comida y prendió una vela que apenas alcanzaba a ver…
-¿Sabes?, me he dado cuenta de que eres muy bonita- por un momento me quedé paralizada, sus manos comenzaron a recorrer mis piernas, lo cual provocó un enorme escalofrío por mi cuerpo, comenzó a desabotonar mi blusa, mientras yo gritaba y trataba de quitármelo de encima inútilmente.
-Nadie va a venir a ayudarte, no te molestes en hacer un escándalo, hagas lo que hagas haré lo que me plazca- Entonces apagó la vela, y comenzó a besarme, traté incluso de morderlo pero creó que su excitación aumentaba al no ceder, se alejó, su respiración se escuchaba agotada, sentí su mano tocar mi rostro con ternura, hubo un momento de serenidad, como si un ángel hubiera pasado para calmar el ambiente y convertirlo en un momento extrañamente inocente, comenzó a quitarme la venda de los ojos, incluso yo pude escuchar los latidos de mi corazón, estaba nerviosa, al abrir los ojos, me encontré con el hombre a medio vestir, un poco más decente que yo, la ventana abierta dejo entrar un soplido de viento que movió mis cabellos permitiendo que mi pecho quedara al descubierto, desbordaba la lujuria, pero parecía que Dios estaba de acuerdo, me miró y quedé impactada al ver tales ojos, volvió a besarme y esta vez cedí, me desató los pies, las manos, su cuerpo desnudo pronto se volvió tan mío.
Fue más que sexo aquella noche, mucho más…
-¿Quién eres? esto era tu propósito- mi voz sonaba algo dulce pero seguía extrañada, no fue algo común, estaba segura de eso.
-No sé, no esperaba nada, no entiendo que ha pasado-, me sonrió, como si le hubiera sorprendido nuestro encuentro, al igual que a mi, sus ojos me miraron, sé que brillaban, como si él estuviera viendo un ser celestial, nuestros pensamientos se encontraron, alejándolos por un instante de todo aquello que fuera real.
Sonó el teléfono, se levantó, era su compañero, le había avisado que estaban a punto de encontrarnos, que teníamos que irnos inmediatamente, me hizo cambiarme, tomó algunas cosas y me jaló del brazo hacia el exterior; creí reconocer la guarida, en ese momento mi cabeza se llenó de confusiones, no sabía lo que quería, que me encontraran, seguirlo o morir; subimos a un carro, íbamos en busca de Manuel, con él que seguía hablando por teléfono, desesperado porque no lo encontraba, nos detuvimos en medio de la casería, entre la línea que dividía la vida de la muerte, ahí estaba él, y varias patrullas detrás.
-¡Mátala y vámonos!- gritaba mientras corría hacia nosotros, él solo me miró y yo a él, sus ojos se veían confundidos, pero me hicieron saber que todo estaría bien, su compañero de inmediato captó que no lo haría, saco su pistola y me apuntó, estaba a punto de dispararme, cuando sentí un empujón, y el silencio tras la explosión de un disparo, todo se volvió lento. Manuel lo había matado. Todo se paralizó por un momento, el subió al carro, pero antes miró hacia el gran error que había cometido, trató de huir pero las patrullas lograron atraparlo, me hinqué ante él llorando, gritando, sentía algo fuerte muy fuerte que no me atrevía a aceptar, mi alma había sido arrebatada junto con la suya, no sentía nada, solo dolor, y sus claros ojos azules que me miraban sin parpadear me hacían sufrir más, sí, lo pensaba, sospechaba lo inaguantable, cabía la posibilidad de que pudiera ser él, aquel a quién ame y siempre amaré, un policía se encargó de arrebatar su frío cuerpo de mis manos.

Me llevaron a casa de nuevo, me encontraba muerta en vida, callada, pensativa, llegue a sentir que me estaba volviendo loca, lo único que quería saber y que me mantenía aún, era poder conocer el nombre de aquel que dio su vida por la mía, aunque no valiera nada.
Después de unos cuantos meses, una tarde, mientras me encontraba en mi recamara, mi tía me dijo que bajara.
En la sala principal me encontré con una persona inesperada, era mi padre, sin pensarlo y dejando atrás mi rencor, corrí a abrazarlo, mientras él me imploraba perdón, había venido a contestarme aquella pregunta que me atormentó las últimas semanas.
Me dio un sobre, lo abrí y venían varios papeles y en la parte inferior de la primera hoja decía claramente:
-Expediente policiaco de Joaquín Robles Muñoz-
Todo me dio vueltas, quería morir en ese instante, que me llevaran con él, volver a estar ahí, aprovechando cada segundo que la vida me había dado a su lado.

Pasaron los días, no quería comer, ni dormir, vomitaba, me desmayaba, todas mis defensas se debilitaban cada vez más, incluso estuve a punto de tirarme por la ventana, ya no quería sufrir.
Una tarde mi madre, preocupada por mi salud, me llevó a que me hicieran un análisis, pero, qué podía tener, la ciencia no lo sabría aunque me cortaran en mil pedazos y examinaran cada espacio de mi cuerpo, mi corazón se había muerto y ya no tenía espíritu.
Me encontraba en la sala de espera del hospital, mientras que a mi madre le daban mis papeles, al momento de leerlos, voltio su mirada hacia mi, comenzó a llorar, yo no entendía que pasaba, entonces se me acercó el doctor.
-Quería darte esta noticia personalmente Alicia, se que esto cambiará tu vida-
-¿Qué pasa doctor?-
-Vengo a decirte que… estas embarazada-
Mi mundo se estremeció, un escalofrío recorrió mi cuerpo y una suave brisa con olor a madera fresca me despertó de aquel sueño abstracto.


Por: Silvia Gabriela Brizuela

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